Monday, April 22, 2013


Marchemos agraristas a los campos

El general Lázaro Cárdenas llegó jovencito a la presidencia de la República Mexicana, apenas tenía 39 años de edad, cuando accedió al poder y anduvo en la Revolución desde que era un adolescente. Los hacendados ya no eran tan poderosos, pero eran siempre más fuertes que los campesinos y logró encaminar los mejores programas para auxiliar a los hombres del campo. Por lo que a Nayarit respecta, quedaron relegados los arados de madera de una mancera, tirados de bueyes y llegaron los arados de fierro con doble mancera. El gobierno cardenista trajo también millares de mulas sonoreñas, cuadrúpedos más grandes y fuertes que un caballo. Con los fuertes equinos de gran estampa arribaron también sus equipos para pegarlos al arado: collares, palotes, lomeras, cabezadas, cadenas. Lo que ocurría parecía milagroso. Y los campesinos cantaron llenos de júbilo: “Marchemos agraristas a los campos/ a sembrar la semilla del progreso/ marchemos siempre unidos sin tropiezos/ laborando por la paz de la nación/ No queremos ya más luchas entre hermanos/ olvidemos los rencores compañeros/ que se llenen de trigo los graneros/ y que surja la ansiada redención”. Unos campesinos siguieron trabajando como “medieros” que les facilitaban dinero para las siembras y a quienes entregaban la mitad de la cosecha, pero éstos se liberaron por medio de los créditos que les dio el gobierno cardenista. La educación creció y en los pueblos las escuelas ya no fueron hasta cuarto año, sino hasta sexto de primaria. Las familias acomodadas mandaban a sus hijos a Guadalajara y de allá volvían convertidos en doctores, ingenieros, tenedores de libros, abogados. Cárdenas amplió el panorama educativo impulsando la creación de las escuelas regionales campesinas y las escuelas secundarias para hijos de trabajadores. Heridas de muerte las grandes haciendas que ejercían dominio hasta sobre el gobierno del estado, sus dueños españoles unos, alemanes otros, ingleses unos cuantos, clausuraron sus gigantescos negocios agrícolas y regresaron a su tierra. A la fecha quedan porciones de aquellos latifundios en manos de sucesores y servidores de aquellos hacendados “de horca y cuchillo”. Grandes extensiones tiene la familia Menchaca en Santiago, cerca del ejido El Limón. Otros restos de aquellos que fueron emporios de poder de unos cuantos, quedan desperdigados por distintos rumbos de la entidad. Hoy los campesinos han vuelto a la pobreza y quisieran que Lázaro Cárdenas volviera a aparecer en la vida de los mexicanos.

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